Tu piel siente el clima tanto como tú. Lo nota en el calor húmedo que la abruma, en el frío seco que la agrieta, en el viento que la enrojece sin avisar. Nada ocurre aislado: todo está conectado.
Detrás de esos cambios está el exposoma cutáneo, un concepto que reúne todos los factores —internos y externos— que, día tras día, influyen en la salud de tu piel. El clima es uno de los más decisivos. Pero la clave no está en resistirse, sino en adaptarse. Con algunos ajustes en tu rutina y los productos adecuados, tu piel puede mantenerse equilibrada y radiante, haga frío, calor o humedad.
¿Quieres descubrir cómo el clima afecta a tu piel y cómo acompañarla en cada estación? Sigue leyendo.
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Lo primero de todo, ¿qué es el exposoma?
Piensa en todas esas pequeñas decisiones que tomas cada día: qué comes, cuánto duermes, cuánto te expones al sol, a la contaminación o al humo del tabaco. Todo suma, lo bueno y lo no tan bueno, y con el tiempo tu piel lo refleja.
El exposoma engloba todo: desde tus hábitos diarios hasta factores ambientales que no siempre puedes controlar. Y aquí viene lo importante: hasta el 80 % del envejecimiento visible de la piel no depende de la genética, sino del exposoma. Entre todos esos factores, el clima tiene un papel clave.

Cambios en la humedad, la temperatura, el viento o las estaciones pueden alterar la hidratación, la producción de grasa y la sensibilidad de la piel. Por eso, adaptar tu rutina según el clima no es opcional, es necesario.
¿Cómo afecta el clima a tu piel?

Cada clima tiene lo suyo. Algunos te regalan días radiantes, otros te obligan a sacar la bufanda… pero todos, de una forma u otra, influyen en cómo se comporta tu piel. Te contamos qué puedes esperar según el tiempo que haga donde vives:
Caluroso y húmedo
Veranos junto al mar, paseos por la costa o esas olas de calor en las que parece que sudas solo con pensar. La parte buena: el aire húmedo mantiene a raya la sequedad. La parte no tan buena: esa misma humedad puede disparar la producción de grasa, aumentar el sudor y saturar los poros.
¿El resultado? Brillantez, granos y esa sensación de que la piel “pesa”, sobre todo en la frente, el pecho o la espalda. Y no es solo cosa tuya: los estudios lo confirman, los brotes son mucho más frecuentes durante los meses más calurosos y pegajosos del año.
Caluroso y seco
Piensa en un clima tipo desierto: sol intenso, calor que abrasa… y ni rastro de humedad. En este ambiente, la piel pierde agua a toda velocidad. Notas zonas ásperas, algo de descamación, y esa sensación frustrante de que la hidratante se esfuma nada más aplicarla.
Y por si fuera poco, el sol suele pegar con más fuerza, lo que se traduce en líneas de expresión que se marcan antes de tiempo, manchas que aparecen sin avisar y un tono de piel cada vez más desigual. ¿Tirantez? ¿Picores? No te lo estás imaginando. Es tu piel diciéndote, en voz alta, que necesita un extra de mimo.
Frío y seco
Frío y sequedad: una combinación que tu piel siente al instante, estés donde estés. En zonas de montaña, en climas áridos o en lugares con aire seco casi todo el año, el resultado suele ser el mismo: labios agrietados, manos resecas y una piel que pide hidratación a gritos.
El aire frío no retiene humedad, y si a eso le sumas calefacción o viento constante, el nivel de deshidratación se dispara. Y si tu piel es sensible, lo nota aún más: cuperosis, eccema, brotes de rosácea, escozor… Todo se intensifica cuando la barrera cutánea se debilita frente a tantos contrastes.
Un clima que no para de cambiar
Si vives en un lugar con estaciones marcadas, tu piel lo vive todo: veranos calurosos, inviernos secos, primaveras impredecibles y otoños revueltos. Y con cada cambio, vienen nuevos retos.
En verano, más grasa, brillos y manchas. En invierno, sequedad y tirantez. Y en esas estaciones de “ni frío ni calor”, como primavera y otoño, llegan los típicos desequilibrios: brotes puntuales, sensibilidad, o reacciones por alergias ambientales. ¿La clave? Escuchar lo que tu piel te pide y ajustar tu rutina en consecuencia. Porque, igual que el clima cambia, tu piel también. Y tu forma de cuidarla debería hacerlo con ella.
¿Puede el calor acelerar el envejecimiento de la piel?

Ya hemos visto cómo el clima influye en la piel a diario: más sebo en ambientes húmedos, más sequedad con el frío, más sensibilidad en cambios estacionales… Pero hay un efecto menos visible —aunque igual de importante— que también está ligado al entorno: el envejecimiento térmico.
Los rayos UV no son los únicos culpables
Sabemos que los rayos UV tienen mucho que ver con el envejecimiento de la piel, pero no son los únicos culpables. Nuevos estudios apuntan a que el calor, especialmente cuando nos exponemos a altas temperaturas durante mucho tiempo, también puede dejar huella. ¿La razón? El sol no solo emite radiación ultravioleta, también desprende radiación infrarroja (IR), y esta también afecta a la piel.
Hablamos con la Dra. Latanya Benjamin —dermatóloga y e isdinlover—, para entender mejor el tema. “Los estudios sugieren que la radiación infrarroja puede provocar cambios importantes en la piel”, nos cuenta. Con curiosidad, le preguntamos cuáles. Su respuesta es clara: “Procesos asociados al envejecimiento prematuro”.
Y es que cada vez hay más investigaciones que relacionan el calor crónico con la aparición de líneas de expresión, arrugas y tono desigual. A este fenómeno ya se le conoce como envejecimiento térmico. ¿Por qué ocurre? Porque el calor daña las fibras de colágeno y elastina, las proteínas que mantienen la piel firme y elástica.
Pero eso no es todo. Cuando la piel está expuesta al calor de forma prolongada, también puede producir más melanina, lo que se traduce en manchas y tono irregular. Es algo muy habitual en climas cálidos y soleados, donde el calor y la radiación UV están presentes todo el tiempo.
Aunque en ambientes húmedos la piel pueda parecer más jugosa o con volumen, puede estar viviendo un estrés invisible bajo la superficie.
¿Cómo puedes proteger tu piel del envejecimiento térmico?
Para proteger tu piel del impacto del calor, lo ideal es incorporar algunos gestos sencillos a tu rutina diaria. Mantenerse fresca cuando sea posible y reforzar la barrera cutánea con una hidratación suave es un buen punto de partida.
Pero si hay un paso clave, ese es el protector solar. Como recuerda la Dra. Latanya Benjamin, “lo mejor es un fotoprotector que no solo proteja de los efectos dañinos de la radiación solar, sino que también defienda la piel del daño térmico”. ¿Y qué debes buscar en un producto? Ella misma te lo cuenta: “Fíjate en que incluya antioxidantes, que ayuden a neutralizar los radicales libres generados tanto por la radiación UV como por el calor”.
Aliados como la vitamina E o el Mediterranean Alga Extract son excelentes opciones.
Cómo cuidar tu piel según el tipo de clima

Has visto cómo influye en tu piel, cómo puede desencadenar brotes, sequedad o incluso acelerar el envejecimiento… Ahora, toca lo más importante: adaptar tu rutina en función del lugar donde estés (o al que vayas).
En climas húmedos

- Opta por texturas ligeras. Nada de cremas pesadas. Mejor geles o hidratantes sin aceites minerales, que hidraten sin saturar. Las fórmulas de rápida absorción y acabado mate son tus mejores aliadas contra los brillos.
- Limpia con suavidad, pero a diario. El sudor y el sebo se acumulan rápido, así que lo ideal es lavar la cara mañana y noche. ¿Un truco que funciona? Los limpiadores en aceite. Aunque no lo parezca, disuelven la grasa sin resecar ni alterar el equilibrio de la piel.
- Productos no comedogénicos, siempre. Sobre todo si tienes tendencia a los granitos. Deja que tu piel respire.
- Protector solar sí o sí, pero ligero. Elige uno con SPF alto, pero de textura fresca y sin sensación grasa. Porque sí, se puede proteger y estar cómoda a la vez.
- Ducha y ropa limpia tras sudar. No lo dejes pasar. Cambiarte pronto después de entrenar o de pasar calor ayuda a evitar brotes en el cuerpo y a mantener la piel más limpia.
En climas secos
- Hidrata por capas. Empieza con un sérum con ácido hialurónico para aportar agua a la piel y sigue con una crema más nutritiva que selle esa hidratación.
- Opta por una limpieza suave. Evita los limpiadores que dejan sensación tirante. Mejor si son cremosos o con base oleosa: limpian sin arrastrar lo que tu piel necesita conservar.
- Protector solar cada día. Aunque el aire sea seco, el sol sigue haciendo de las suyas. Busca fotoprotectores con ingredientes hidratantes, como el ácido hialurónico, para proteger y cuidar al mismo tiempo.
- No te olvides de las zonas más sensibles. Labios, manos, contorno de ojos… son las primeras en secarse. Llévate siempre un bálsamo o crema en el bolso y dales un poco de cariño extra.
En climas fríos

- Hidrata justo después de limpiar. No lo dejes para más tarde. Aprovecha ese momento en el que la piel aún está húmeda para sellar la hidratación y evitar que se evapore.
- Lleva siempre un buen bálsamo y crema a mano. Los labios y las manos suelen ser los primeros en resecarse, así que no te olvides de cuidarlos a lo largo del día.
- Abrígate bien (también para cuidar la piel). Bufandas, guantes y una buena crema para piel sensible ayudan a proteger esas zonas que quedan expuestas al frío.
- Duchas cortas y templadas. Lo sabemos, una ducha caliente es un placer… pero tu piel preferirá que bajes un poco la temperatura. Ayuda a mantener su barrera natural intacta.
- Exfolia con moderación. En climas fríos, menos es más. Exfoliar una vez a la semana es suficiente para renovar sin irritar.
En climas estacionales
- Adapta tu rutina al ritmo de las estaciones. En verano, productos más ligeros; en invierno, texturas más ricas y nutritivas. Ten opciones a mano para ir ajustando sin complicarte.
- Presta atención a los cambios de estación. La piel puede volverse más sensible, resecarse o llenarse de brotes. Observa cómo reacciona y haz pequeños ajustes cuando lo necesite.
- Mantén tus básicos durante todo el año. Una buena limpieza, hidratación constante y protección solar diaria son los pilares que no cambian con el clima.
- Ajusta los activos según el momento. Sérums iluminadores en otoño para recuperar tras el verano, y retinales en invierno, cuando hay menos exposición al sol.
Tu entorno, tu rutina

Tu piel no necesita grandes cambios, solo pequeños gestos con intención. Ajustar tu rutina según el clima que te rodea puede marcar una gran diferencia en cómo se ve y, sobre todo, en cómo se siente. Y no lo olvides: tus hábitos también cuentan. Dormir bien, gestionar el estrés y cuidar lo que comes son parte del mismo equipo que protege tu piel día tras día.
Así que, ya sea una mañana fresca de invierno o una tarde cálida de verano, dale a tu piel lo que necesita para adaptarse, renovarse y brillar. Porque el cuidado de la piel no es un destino, es un camino. Y adaptarte a tu entorno es uno de los pasos más importantes para recorrerlo con éxito.
Artículo escrito y revisado por:
Belinda es periodista y copywriter creativa. Tras años de experiencia, decidió fusionar sus habilidades de escritura con su amor por el skincare, convirtiéndose en una especialista en la materia. ¿Su imprescindible? Un buen bálsamo de labios.